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lunes, 26 de marzo de 2012

EL PAPA: (NO) VOTO POR EL PAN ASESINO: CABEZALCUBO Del fin que justifican los medios CUENTOS INFERNALES JORGE MOCH

Del fin que justifican los medios
PAPANATAS

Vivimos asediados por una contumaz campaña de medios diseñada para lavar en lo posible la deteriorada imagen de Felipe Calderón, de subirle aunque sea un poquito los puntos del rating al que ha sido uno de los peores presidentes que hemos padecido, quizá peor, y ya es mucho decir, que Luis Echeverría. Pero en tiempos del demagógico Echeverría no se había depurado como ahora la propaganda electrónica, ni se disponía con tanto descaro del dinero público para algo tan altaneramente estúpido y destinado a descalabro como el intento de crecer la estampa a un hombrecillo torvo y gris.



¿No es el exceso en el gasto publicitario del gobierno una simple malversación? Miles de millones de pesos (21 mil millones, según señala la periodista Elia Baltazar en FCH: el fracaso en comunicación, revista (Sinembargo, septiembre 2011) que pudieron haberse convertido en puentes que no se derrumben a la primera inundación; en hospitales rurales donde el abasto de medicinas y de instrumental no sea un cuento de hadas, o trabajen médicos y enfermeras tan dispuestos como lo dicte un sueldo decoroso; en escuelas limpias con techumbres sólidas, paredes de ladrillo y cemento y baños con agua corriente, bancos adecentados y bien surtidas bibliotecas donde nuestros niños fueran a aprender, a dejar sembradas las semillas del buen dudar y del mejor conocer, en lugar de languidecer esperando que llegue la hora de irse a casa a prender la televisión o idiotizarse frente a los videojuegos; en asilos dignos para los cientos de miles de ancianos abandonados a su suerte, secándose de a poco en la soledad más lacerante; en sistemas de transporte colectivo con tecnología de reducción de emisiones; en efectivas campañas de control demográfico; en investigación científica; en apoyos verdaderos al campesinado más allá de la retórica clientelar y, en fin, un sinnúmero de proyectos, arreglos, reparaciones, todos urgentes, todos tan necesarios, todos tan relegados en pos de arreglarle la imagen al tartufo. Del que, mañosamente, en sus propios anuncios promocionales se omite el nombre y se lo cambia por un eufemismo: “el presidente de la República”, entrampados, según parece, Calderón y sus alecuijes, en la vieja reyerta nominal de 2006, aquella en que ante la contundencia del fraude electoral mucho le molestaba a la derecha que el esquilmado candidato de la izquierda se proclamara “presidente legítimo”, y por eso los cientos (¿cuántos hasta el día de hoy?) de onerosos, inútiles anuncios, cada uno una bofetada de muchos ceros después del signo de pesos a la pobreza de los mexicanos, porque cada uno cuesta un dineral, que empiezan con esa frase llenecita de reconcomios y dobleces: “En el sexenio del presidente de la República”, para que no se nos olvide eso, que presidente sólo hay uno, el del punto cincuenta y seis por ciento, haiga sido como, etcétera.

En el sexenio, pues, del presidentucho de la republiflacucha, hemos, han ellos –recitan cada cinco minutos desde el podio de su soberbia–, “aprehendido a 22 de los criminales más buscados”, pero el narcotráfico campea a sus anchas, y se multiplican la trata, la extorsión, el asesinato o el secuestro; “construido un titipuchal de kilómetros de carreteras”, que son carísimas, casi todas de paga y concesionadas a empresarios voraces; “invertido en tecnología de punta para la exploración petrolera”, pero en lo oscurito Calderón le ha estado entregando nuestros yacimientos a los consorcios gringos y españoles (algunos le dicen a Calderón el Sanedrac Orazal, porque es como el Tata michoacano, pero al revés); “implementado el seguro popular”, donde la atención suele ser mala y de malas y se respira desprecio por la gente, que no vocación de servicio.

Pero claro, se trata de cientos de anuncios repetidos miles de veces, multiplicados en los medios, en canales de televisión, estaciones de radio, páginas impresas de periódicos y revistas o en las electrónicas de un sinnúmero de portales de internet. Todos contratados, todos pagados con dinero público para cacarear nada más que lo que elementalmente es obligación de cualquier gobierno. A menos, claro, que se trate de solamente maquillar la realidad, que es muy otra: este despeñadero de violencia sin fin, de constantes “gasolinazos”, de espiral inflacionaria... Y mientras tanto, los medios, desde luego, felices cómplices. Porque parecería que el rubro de la publicidad gubernamental es el único sano de nuestra vapuleada y vaporosa economía.


Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com

kikka-roja.blogspot.com

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